Continuamente asistimos a actos de desprestigio de la figura del docente en el seno del Sistema Educativo. No hemos de culpar únicamente a los medios de comunicación social; con frecuencia, son las propias administraciones educativas las que difunden noticias sensacionalistas y sesgadas sobre distintos aspectos del perfil profesional del docente, para justificar actuaciones o decisiones futuras, que no hacen justicia ni a su profesionalidad ni a su quehacer diario. Es una forma de lanzar cortinas de humo en un momento crítico para la educación, un tema clave para el momento actual y el futuro de nuestra sociedad, y así desviar nuestra atención e impedir que veamos con perspectiva el alcance de las medidas educativas que se avecinan en el horizonte.
Las generalizaciones siempre son odiosas y más cuando tienen como finalidad desprestigiar a cualquier colectivo. El desprestigio implica, a su vez, la minusvaloración de la experiencia que atesora un grupo profesional en su conjunto y la de los miembros que lo integran. Cuando no se valora a un profesional, ¿qué sentido tiene implicarlo en un proceso de reforma o innovación? ¿no está más que justificado ignorar sus experiencias, sus prácticas, el conjunto de aprendizajes que ha atesorado a lo largo de su trayectoria?
El desprestigio es el umbral del silencio. Silenciar la voz del profesorado, prescindir de su experiencia, en un proceso de cambio educativo, denota un concepto piramidal de los procesos de reforma, una desconfianza hacia la práctica educativa, a la que se valora desde discursos hegemónicos alejados de la realidad, y, en definitiva, una falta de interés por conocer lo que verdaderamente ocurre en un aula. Las estadísticas nos dan datos necesarios para conocer descriptivamente la situación de un sistema educativo, pero la voz del profesorado, su experiencia, es la que nos puede abrir un nuevo umbral, no el del silencio, sino el de la comprensión de las dinámicas y procesos de «éxito» y «fracaso» escolar.
A lo largo de mi trayectoria profesional nunca dejaré de agradecer haber podido escuchar la voz del profesorado. La participación en distintas investigaciones en el seno del Grupo de Investigación FORCE, el trabajo de campo con motivo de mi tesis doctoral, la asistencia, durante un tiempo, a las reuniones del Proyecto Atlantida en Granada, me han ayudado a redescubrir una y otra el valor de la voz del profesorado. Todo proceso de mejora, si quiere alcanzar sus objetivos, tiene que permitir «dar la voz» a los implicados en el mismo, tanto en el momento de su planificación, implementación y evaluación. Además, ¿no parece anacrónico y contradictorio, en pleno siglo XXI, en el que no nos cansamos de repetir por activa y pasiva, que vivimos inmersos en la Sociedad del Conocimiento, que el conocimiento es la gran riqueza de nuestra sociedad, prescindir, en un momento de cambio educativo, del conocimiento generado en el seno de nuestras aulas?
Hace tiempo leí un bello texto de Francisco Imbernon, en la introducción a la obra que coordinó «Vivencias de maestros y maestras. Compartir desde la propia práctica educativa«, que describía el alcance y las consecuencias de silenciar la voz al profesorado:
«Al ser la enseñanza una práctica social, de influencia ideológica y de carácter axiológico, ha estado y está en el punto de mira de todos los poderes. Pero su intervención se ha limitado al control, a dar al profesorado instrucciones, circulares, normas, diligencias, prescripciones…, despreciando su identidad profesional, su autonomía y su capacidad de tomar decisiones.
Muchas voces que podían comunicar-narrar-relatar tantas experiencias interesantes sobre la enseñanza, sobre la vida interna de las aulas y las escuelas, las vivencias propias y de sus compañeros, los años transcurridos al lado de generaciones de chicos y chicas, acumulando experiencias, compartiendo el conocimiento del oficio, etc, se perdieron y se pierden en el tiempo. Fueron, y lo son todavía, voces silenciadas o amortiguadas de los verdaderos protagonistas de la enseñanza. A menudo los relatos de otros nos ayudan a entender lo que sucede y lo que nos sucede a nosotros mismos. Historias y relatos de vidas truncadas que pudieron aportar sus reflexiones y sus acciones, y a las que no hemos tenido la oportunidad de sumar nuestra propia experiencia.
Demasiadas veces, la voz de los maestros y las maestras ha sido silenciada. Se ha dado por supuesto que para esgrimir una cierta autoridad y poder hablar sobre la enseñanza, y sobre la profesión que ellos desempeñan, había que impersonalizar la identidad profesional práctica, salir del aula y asumir otros papeles (inspección, asesoramiento, Universidad, Administración, etc, es decir, hablar de la escuela desde fuera de ella). Se argumentaba que el día a dia les absorbía tanto que no les dejaba tiempo para pensar, reflexionar, escribir, investigar, aportar elementos de cambio a una práctica que son ellos quienes mejor conocen. Una profesión que algunos han tildado, por ello, de subsidiaria y dependiente de otros, menosprecio que ha calado hondo en la cultura profesional del magisterio. Otros administraban, pensaban y decidían por ellos (el uso del «pasado» es más producto de mi deseo que de la realidad)…. Estoy convencido de que uno de los motivos de que la enseñanza haya avanzado tan poco, o avance tan despacio, se debe a que no se ha escuchado la voz propia de aquellos que la viven intensamente, por supuesto con excepciones y matices, sino que eran y son voces situadas en un segundo o tercer nivel las que opinaban sobre ello, voces que analizan la enseñanza desde puntos de vista alejados de la realidad de las escuelas, voces von relatos poco humanizados, plenos de gran cantidad de racionalidad técnica y de normatividad absurda, imbuidos de una supuesta objetividad» (p, 7-8)
Si, hay que dar la voz al profesorado si queremos buscar una verdadera y auténtica mejora educativa. En tiempos de cambio, en momentos tan complejos como el que estamos viviendo a nivel económico, social y educativo, no podemos prescindir de su voz. En ella se encierra la autenticidad de la experiencia que desde el silencio del aula, la constancia del trabajo diario, es capaz de generar procesos de mejora y calidad para buscar una mayor equidad educativa.
BIBLIOGRAFÍA
Imbernón, F. (2005), Vivencias de maestros y maestras. Compartir desde la práctica educativa. Barcelona: Graó.
José Manuel Martos Ortega