El pensamiento de Pablo Freire sigue siendo inspirador en el momento actual en el que la educación se ve abocada a dar respuesta a crecientes interrogantes en un mundo postpandemia en el que la desigualdad social y la desesperanza se han visto acrecentadas por una experiencia de dolor, soledad y sufrimiento que hace un lustro jamás hubiésemos imaginado.
Ahora, al igual que en otros momentos de la historia, es necesario recuperar la dimensión transformadora de la educación, impregnada de sueños y utopías, no como una resignación adormecedora sino como un motor que impulse la innovación educativa y social.
Hablar de sueños y utopías en un horizonte neoliberal puede parecer una quimera. Pero, ¿cómo sería la vida vaciada de dichos sueños y utopías? ¿hay lugar por una esperanza de cambio que vaya más allá de lo puramente económico en nuestra sociedad actual?

Afirma Freire (2017) en su obra Pedagogía de la Esperanza a este respecto:
«La esperanza es una necesidad ontológica; la desesperanza es esperanza que, perdiendo su dirección, se convierte en distorsión de la necesidad ontológica.
Como programa, la desesperanza nos inmoviliza y nos hace sucumbir al fatalismo en que no es posible reunir las fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo.
No soy esperanzado por pura terquedad, sino por imperativo existencial e histórico.
Esto no quiere decir, sin embargo, que porque soy esperanzado atribuya a mi esperanza el poder de transformar la realidad, y convencido de eso me lance al embate sin tomar en consideración los datos concretos, materiales, afirmando que con mi esperanza basta. Mi esperanza es necesaria pero no es suficiente. Ella sola no gana la lucha, pero sin ella la lucha flaquea y titubea. Necesitamos la esperanza crítica como el pez necesita el agua incontaminada.
Pensar que la esperanza sola transforma el mundo y actuar movido por esa ingenuidad es un modo excelente de caer en la desesperanza, en el pesimismo, en el fatalismo. Pero prescindir de la esperanza en la lucha por mejorar el mundo, como si la lucha pudiera reducirse exclusivamente a actos calculados, a la pura cientificidad, es frívola ilusión. Prescindir de la esperanza que se funda no sólo en la verdad sino en la calidad ética de la lucha es negarle uno de sus soportes fundamentales. Lo esencial, como digo más adelante en el cuerpo de esta Pedagogía de la esperanza, es que ésta, en cuanto necesidad ontológica, necesita anclarse en la práctica. En cuanto necesidad ontológica la esperanza necesita de la práctica para volverse historia concreta. Por eso no hay esperanza en la pura espera, ni tampoco se alcanza lo que se espera en la espera pura, que así se vuelve espera vana.
Sin un mínimo de esperanza no podemos ni siquiera comenzar el embate, pero sin el embate la esperanza, como necesidad ontológica, se desordena, se tuerce y se convierte en desesperanza que a veces se alarga en trágica desesperación. De ahí que sea necesario educar la esperanza. Y es que tiene tanta importancia en nuestra existencia, individual y social, que no debemos experimentarla en forma errada, dejando que resbale hacia la desesperanza y la desesperación. Desesperanza y desesperación, consecuencia y razón de ser de la inacción o del inmovilismo.
En las situaciones límite, más allá de las cuales se encuentra lo «inédito viable», a veces perceptible, a veces no, se encuentran razones de ser para ambas posiciones: la esperanzada y la desesperanzada.
Una de las tareas del educador o la educadora progresista, a través del análisis político serio y correcto, es descubrir las posibilidades -cualesquiera que sean los obstáculos- para la esperanza, sin la cual poco podemos hacer porque difícilmente luchamos, y cuando luchamos como desesperanzados o desesperados es la nuestra una lucha suicida, un cuerpo a cuerpo puramente vengativo» (Freire, 1992, pp. 24-25)
Pero ¿qué papel juega la educación desde esta perspectiva transformadora? ¿en dónde depositar los horizontes de la utopía y del sueño transformador desde el ámbito educativo? Pues va a ser el mismo autor anteriormente citado el que afirmará: «La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que cambiaran al mundo«.
Muchos centros educativos están trabajando por hacer realidad este sueño de cambiar el mundo desde la transformación de las personas, para hacer de las mismas la fuente de innovación como germen del cambio social. Hace unos días, gracias al director del Atenueu Cultural Ciutat de Manises, Jose Vicente Fuentes, recibí un video que me cautivó. En el año 2020 el alumnado de este centro preparó el siguiente documento audiovisual que recoge la visión de esta institución educativa que a su vez inspira su misión y valores. Creo que es una llamada a la esperanza y a no olvidar que en un mundo tecnificado es necesario recuperar a la persona como centro de la educación para redescubrir su potencial transformador.
Creer en la persona es soñar, transformar, recrear y vivir desde la esperanza aunque los acontecimientos o las experiencias no nos inviten frecuentemente a ello. Por otra parte, constituye una llamada de atención para nosotros los educadores y docentes a no perder el horizonte de nuestra tarea docente: ser sembradores de esperanza y de sueños transformadores. A este respecto añade Freire en la obra anteriormente citada:
«Es preciso que el educador o la educadora sepan que su «aquí» y su «ahora» son casi siempre «allá» para el educando. Incluso cuando el sueño del educador es no sólo poner su «aquí y ahora», su saber, al alcance del educando, sino ir más allá de su «aquí y ahora» con él o comprender, feliz, que el educando supera su «aquí», para que ese sueño se realice tiene que partir del «aquí» del educando y no del suyo propio. Como mínimo tiene que tomar en consideración la existencia del «aquí» del educando y respetarlo. En el fondo, nadie llega allá partiendo de allá, sino de algún aquí. Esto significa, en última instancia, que no es posible que el educador desconozca, subestime o niegue los «saberes de experiencia hechos» con que los educandos llegan a la escuela» (Freire, 2017, pp. 79-80).
La educación, por tanto, es hacer descubrir a cada persona la actualidad de esta frase: Cambia tú para cambiar al mundo.
José Manuel Martos Ortega
Bibliografía:
Freire, P. (2017). Pedagogía de la Esperanza. Argentina: Siglo XXI Editores.
Fotografías:
El Jinete de Atemisión. Museo Arqueológico Nacional de Atenas. Fotografía realizada por José Manuel Martos Ortega