Reproducimos el relato testimonial escrito por el supervisor de Educación Básica en Ciudad de México y padre de dos hijas, J. Antonio Alvarado. Sus palabras nos acercan la terrible experiencia sufrida en México a raiz del fuerte terremoto acaecido el pasado 19 de septiembre. Compartir su voz sirva como agradecimiento a tantos profesionales de la educación que hicieron posible que miles de niños y niñas fueran evacuados de las escuelas para poner a salvo sus vidas aquel dia. Este relato se publicó originalmente en el grupo de Facebook Supervisores de Educación Básica / Iztapalapa. Mi gratitud a Jose Antonio.
«Dedicado a mi niña de 4º. Grado que se encontraba en una escuela
de jornada ampliada a un lado de la escuela de tiempo completo
donde me encontraba yo, y para mi esposa que estaba con mi
hija mayor de secundaria, en un edificio de cuatro pisos;
todos bien después del sismo reciente»
Como todas las mañanas iba camino al trabajo viajando en una pesera que en esos tiempos eran automóviles particulares pintados de color verde pistache. De repente a las 7:19 horas el chofer se detuvo mientras mirábamos como se movía el poste de luz en la calle de ayuntamiento en el centro de Iztapalapa. De inmediato comentó ¡Está temblando! Después de unos minutos continuamos la marcha.
Al llegar a mi trabajo en una maquiladora ubicada en Año de Juárez, me encontré con varios de mis compañeros quienes se encontraban un poco asustados, que poco a poco nos fuimos contagiando de nerviosismo, incertidumbre, temor, al observar las noticias en la televisión que tenía encendida el contador de la empresa. Así nos enteramos que había varios edificios colapsados en la Ciudad de México y con varias personas muertas por los derrumbes. El gerente casi de inmediato nos ordenó retirarnos a nuestras casas para saber sobre nuestros familiares. Todos salimos de la fábrica y comenzamos a caminar, pues de momento ya no había transporte público ni privado, solo se veían el correr de las patrullas y las ambulancias.
Era 19 de septiembre de 1985, aquel día ya no trabajamos y desde luego tampoco asistí a la Normal donde estudiaba por las tardes el cuarto grado de la carrera de profesor de educación primaria…Treinta y dos años después me encontraba sentado frente a mi escritorio trabajando varios oficios en mi computadora en la oficina de la zona escolar ubicada al interior de una escuela primaria de tiempo completo en un edificio construido en los años 70´s del siglo pasado, conformado de tres pisos. El reloj marcaba las 13:14 horas, desde la oficina se podía observar un grupo de alumnos tomando la clase de educación física. De momento una compañera gritó, ¡está temblando!, antes de que reaccionáramos el resto del personal que estábamos en la zona, sentimos como un gran golpe que recibía el piso y de inmediato empezó a temblar, unos segundos después comenzó a sonar la alarma sísmica, el terremoto llegó antes que el sonido de la alerta. Tomamos celulares y llaves y salimos de inmediato. Mientras nos trasladábamos hacia el patio, ayudamos a los docentes que venían bajando con sus alumnos, unos por la escalera de emergencia y otros por la escalera principal.
Debo reconocer que hubo un segundo en que pensé en pasarme del edificio donde estaba hacia el otro plantel donde se encontraba mi hija de nueve años. Una lucha interna entre mi instinto paternal, el de sobrevivencia y el de la responsabilidad profesional viví, sin embargo, se me vino a la mente que esa escuela donde está la zona escolar no se encontraba la directora quien se había trasladado a la oficina de la dirección regional para realizar trámites administrativos. El temblor se sentía impactante, el edificio rechinaba y se observaba como se ladeaba y la escalera de emergencia también.
En cuestión de segundos e impulsado por la preservación de la seguridad de los casi 400 alumnos y casi 20 docentes, caminé lo más rápido posible hacia la escalera de emergencia para ayudar a bajar a los alumnos que venían de lo alto del edificio, en mi mente se encontraba mi hija y la confianza de que su maestra la estaría cuidando como al resto de los alumnos de su grupo escolar. Apenas hacía unas dos horas, habíamos hecho un simulacro en conmemoración del trigésimo segundo aniversario del sismo del 19 de septiembre de 1985, hace treinta y dos años, justamente nos encontrábamos en shock, en ese tiempo como hijo de familia y estudiante normalista y ahora con una gran responsabilidad de forma indirecta con casi 1000 alumnos que se encontraban en tres escuelas públicas y dos colegios particulares que forman parte de la zona escolar…Todo transcurrió muy rápido, los docentes, promotores, subdirectivos y el trabajador de apoyo a la educación con gran valentía y seguramente conteniendo nuestros miedos, logramos evacuar a todos los alumnos del edificio, quienes ocuparon las zonas de emergencia mientras el movimiento telúrico continuaba. Los niños y niñas se abrazaban y se calmaban entre compañeros, otros muy cerca de sus maestros y maestras se arropaban de ellos. Es de reconocer que muy pocos alumnos se alarmaron, la mayoría lo tomó con calma e inteligencia.En realidad, son los adultos quienes nos cuesta más trabajo regularnos y controlarnos, prueba de ello fueron los padres y madres de familia que casi de inmediato comenzaron a llegar a la escuela, quienes casi tiraban la puerta por querer entrar de manera despavorida. Mientras intentaba tranquilizar a los alumnos con micrófono en mano, el trabajador me avisaba que los padres y madres querían entrar a la fuerza…para variar la pila del micrófono fallo, así que pedí a los subdirectores calmar a los tutores mientras recomendaba a los docentes mantener el control de sus alumnos ya que estaba seguro que, si dejaba entrar a los papás iban a contagiar su angustia y miedo a sus hijos, corriendo el riesgo de generar una psicosis colectiva. Después de varios intentos por calmar a los padres y madres de familia, les anunciamos que sus hijos se encontraban bien, que no había motivos para preocuparse por lo que les solicitamos formarse para abrir la puerta y en forma ordenada les íbamos entregar a sus hijos. Desde luego que no faltaron algunas madres histéricas que entraron corriendo al plantel, el resto de papás ingresaron con calma. Poco a poco cada niño o niña se fue encontrando con su familiar. Cada docente se fue haciendo cargo de los niños y niñas que todavía se quedaron en las instalaciones escolares. Al volver a la calma me trasladé al plantel contiguo, donde los tutores también retiraban a sus hijos, me encontré con mi niña quien valientemente tranquilizaba a sus compañeras, obviamente al verme no pudo evitar desfallecer en un mar de lágrimas, la tranquilicé y le pedí que me continuara apoyando con sus amiguitas que la necesitaban también, la maestra me dijo amablemente, maestro no se preocupe yo me hago cargo de la niña.Así que regresé al otro plantel, donde los docentes ya comenzaban a inquietarse por querer saber de sus familiares ya que las noticias de edificios caídos, comenzaron a circular por los diferentes medios de comunicación y las redes sociales.Todos queríamos comunicarnos con nuestras familias, pero era imposible, las líneas telefónicas y de celular no funcionaban. Solo había comunicación vía WhatsApp.
La directora regional nos preguntaba como estábamos en las escuelas de las zonas escolares. Intentaba comunicarme con mi familia y al mismo tiempo con las directoras de las otras escuelas y colegios. Afortunadamente los directivos lograron responder de la situación en que se encontraban con sus alumnos y personal docente, lo cual reporté de inmediato a la dirección regional. Con mi familia nunca logré comunicarme, pero ayudó un poco al lograr comunicación con mis vecinos quienes me informaron vía WhatsApp que todos en el edificio donde vivimos, se encontraban bien.Conforme transcurrían los minutos y luego las horas, la presión y la tensión aumentaban, había docentes cada mas vez más angustiados y preocupados por sus familiares, así que el acuerdo fue que tan luego entregaran a todos sus alumnos podían retirarse. El mismo acuerdo fue para todas las escuelas y colegios. Los directivos y subdirectivos se encargaban de la inspección ocular de sus edificios para informar de un primer reporte a las autoridades superiores. Al final todos los niños y niñas se entregaron a sus padres o madres, salvo dos pequeños que no llegaban sus familiares, debido a que venía desde una de las zonas en desastre, finalmente con mucha angustia, llegaron por los pequeños.
Así nos vivimos treinta y dos años después del sismo del 85, lo sufrimos en carne y hueso un sismo de 7.1 y con la gran responsabilidad profesional de casi un millar de vidas infantiles en los centros escolares; todos sanos y salvos, aunque lamentablemente no en todos los lugares corrimos con la misma suerte, pues como es sabido por los medios de comunicación el colegio Enrique Rebsamen tuvo varias pérdidas humanas tanto de estudiantes como de docentes.Sin duda esta experiencia nos deja grandes aprendizajes que vale la pena reflexionar en los colectivos docentes, con nuestros alumnos, con las autoridades educativas, con los padres y madres de familia, entre directivos o supervisores escolares. Desde luego, que lo mejor, que podemos hacer es tomar decisiones de manera preventiva por nuestro propio bienestar y la de nuestros niños y niñas a quienes estamos educando en el presente para un futuro mejor.Algunas interrogantes interesantes pueden ser: ¿Actuamos correctamente en este sismo reciente?, ¿Estábamos organizados para enfrentar un sismo de esta magnitud sin el aviso previo de los 40 segundos de la alerta sísmica?, ¿Funcionaron adecuadamente los comités de seguridad, de salud escolar y de protección civil?, ¿Todos contábamos con las listas de asistencia del alumnado?, ¿Todos contamos con el gafete y credenciales de identificación del alumnado y del personal?, ¿Qué era más conveniente, replegarnos o evacuar el edificio escolar?, ¿Cómo controlar a los padres y madres de familia?, ¿Qué papel jugamos los diferentes actores educativos?…Se vale agregar otros cuestionamientos.Finalmente vale un gran reconocimiento a los maestros, maestras, directivos, trabajadores administrativos y supervisores, quienes antes de pensar en sus familias, actuaron y protegieron a sus alumnos.
J. Antonio Alvarado R.